ARTÍCULO MÍO EN "PASO DE GATO"

NÚMERO 74, JULIO-SEPTIEMBRE 2018

¿De la iniquidad a la bondad?

Reflexiones de un traductor plagiado.

Alfredo Michel Modenessi

Los hechos son simples. Mi traducción de La comedia de los enredos de Shakespeare (Madrid: Espasa, 2012) fue usada (junto con las de Arnaldo Márquez y Hugo Chaparro) sin permiso, ni siquiera aviso, por Carlota Pérez-Reverte Mañas para fabricar, con igual título, un libreto que registró ante la Sociedad de Autores de España como su "versión". El libreto ha sido montado por Alberto Castrillo Ferrer en foros españoles desde 2016, sin crédito para mí ni los otros en prensa, programas o publicidad. Cada vez que han llevado ese texto a escena han cometido una falta. Esto es, sin duda, un plagio. Los detalles están aquí: enredos-plagiados.webnode.mx.

Como se aprecia de las muestras 001 y 002 en esa página, el plagio es transparente. ¿La razón? Mi traducción está en verso rimado, lo que hace imposible copiar disimuladamente, pues se eliminarían el ritmo y las rimas. Sería también ridículo alegar que sólo se trata de "versiones" de un mismo "original", a menos que se crea en la intervención divina. No todos los plagios proceden igual; la mayoría lo hacen como se ilustra en las muestras 003 y 004. Lo peor es que esto es muy común en el teatro. El caso célebre en España es el plagio que hizo Manuel Vázquez Montalbán del Julio César traducido por Ángel Luis Pujante. Mas por cada plagio expuesto parece haber una veintena oculta.

Por lo general, son directores quienes dicen usar una "versión propia", aunque en corto aceptan que "se basaron" en "varias", a las que nunca dan crédito. Esto es lo más común y, desde luego, indebido: no hay nada malo en adaptar, pero lo hay en no dar crédito ni negociar, en su caso, con la fuente --además, los textos mezclados suelen resultar incoherentes--. Otra manera la sufrí al facilitar mi traducción de Burn This de Lanford Wilson a un par de rufianes de apellidos Rudolphy y Castro para montarla en Chile, en 2001, cuando la red no era lo que hoy. Igual, por ella me enteré de que estrenaban sin avisarme y dándose crédito exclusivo de "adaptadores", sin referencia alguna en prensa o impresos a mí y mi traducción, contra el acuerdo fundamental: crédito en todos lados, aun si no tenían para pagar mis derechos. Lo denuncié en diarios chilenos. Los monolingües roedores chillaron, pero quedó claro que un plagio es un plagio.

Pérez-Reverte ha admitido el suyo por escrito, y a decir de ella, el director colaboró. Si niegan el abuso, no importa: los hechos son hechos; los documentos, elocuentes. Hemos intercambiado correos, pero, a tres meses de su admisión y mi exigencia de disculpa pública, sigo esperando. También les exigí ya no usar mi trabajo como si fuera suyo, y no acepté la oferta de permitirles seguir, a cambio de crédito en el programa. (¡Vaya trato generoso, respetuoso y profesional el que rechacé!) De no haber pronta respuesta, procederé conforme a mi conciencia.

Desde luego, tampoco dejaré de denunciar este plagio. Pero, hecha la denuncia, ¿puede surgir algo bueno de esta ofensa? Quiero creer que sí. Ese bien empezaría por puntualizar cosas que algunos aún no tienen claras, pues persisten en esta indigna práctica.

Para empezar, plagiar es robarse algo que implicó esfuerzo, creatividad, años de estudio y refinamiento técnico, por no añadir cansancio visual o dolor de espalda y culo. Un plagiario no invierte la milésima parte de eso en su actividad parasitaria. Además, ni la materia plagiada ni su monto disculpan el robo. Es acertado suponer que traducir a Shakespeare es más arduo que lo común. Y lo es. Aunque conozco bastantes "traducciones" sin preparación ni conciencia como para también saber que no todas son hijas de iguales empeños. Y de todos modos, no importa. Quien plagia una traducción, de Shakespeare o de su tía, comete una impostura peor que quien traduce sin responsabilidad. El plagiario es plagiario porque está por debajo de lo que plagia; vulnera el derecho ajeno, se luce haciéndolo pasar por suyo y lucra con él. Hurta.

Por otra parte, me sorprende la frescura con que algunos se lo toman, incluida mi plagiaria, quien dice que lo que tomó fueron "fragmentos". Pero los plagios no son de "mucho" o "poquito". Véanse las muestras en la página, especialmente la 001. ¿Una escena entera plagiada verbatim es un "fragmento"? Pero el monto plagiado, sea cual sea, no puede esgrimirse como defensa. Cuando a uno le roban el coche, se lo roban entero. Si después de vender partes, desechan los restos, esto no niega el hurto total del bien a fin de aprovecharse, sin importar cuánto se usó. Igual con una traducción.

Por último, una traducción que se plagia no es el texto del autor plagiado. Si usted, amigo director o productor (o actriz porteña) desea montar un texto "de Shakespeare", empiece por aprender inglés y refinarlo al nivel necesario: un doctorado sería útil (si no es fraudulento). Luego, múdese a donde se lo permitan. Pero si quiere montarlo en español y carece --como el impostor o el plagiario-- de los recursos para traducirlo con responsabilidad y calidad, tendrá que usar una traducción. Pero no lo olvide: la traducción es el texto de alguien más y no hay razón válida para simplemente aprovecharse de él.

¡Pero las traducciones se hacen para usarse! Claro. Por eso, si quiere usar una, pida permiso; negocie; pague lo justo; dé el crédito merecido. El traductor le resuelve lo que usted no puede resolver. Merece respeto.

Ahora bien, colega traductor, si usted no recibe ese respeto, exíjalo, peléelo. Ya no estamos para callar y tolerarlo...

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